Por Roberto Palomo para El País (Madrid)

José María del Pozo aprendió a producir prótesis durante el confinamiento y consiguió enviarlas a Ruanda. Está a la espera del visto bueno del gobierno del país africano para enseñarles a producirlas allí

“Yo creo en la compasión, esa semilla que todos llevamos dentro”, reflexiona José María del Pozo, (Badajoz, 53 años). “Vivo de mi trabajo y al principio no era más que una curiosidad, pero al ver una foto de una niña sin mano se me saltaron las lágrimas”, confiesa este abogado, que aprendió a fabricar prótesis ortopédicas de manos durante el confinamiento con su impresora 3D y que ahora las envía a personas en Ruanda de manera totalmente altruista.

Del Pozo dedicó su tiempo libre durante el confinamiento a “enredar” con su impresora 3D. Al principio construía cabezas de personas y objetos de decoración. Mejoraba la técnica y pasaba el rato. Pero, un día, navegando en la red, se topó con un vídeo de Gino Tubaro, un joven argentino que fabrica prótesis para personas desfavorecidas, y decidió dedicar todo su esfuerzo a ello.

“Empecé a hacer las manos de Gino y luego conocí una comunidad internacional en internet que se llama Enabling The Future donde se comparten modelos muchos más sofisticados”, explica Del Pozo.

Esta comunidad se define como una red global de voluntarios humanitarios digitales y ofrece ayuda tanto a personas que quieren fabricar prótesis como a aquellas que las necesitan. En su web proporcionan guías para fabricarlas, foros donde resolver cuestiones técnicas e incluso archivos para programar las impresoras e imprimir directamente las manos ortopédicas.

Una de las manos ortopédicas que fabrica José María del Pozo encima de una de sus impresoras 3D.
Foto: ROBERTO PALOMO

“Tienes que tener un mínimo de conocimiento de informática y un ordenador potente. Te descargas los archivos para programar la impresora y luego le vas realizando algunas modificaciones si es necesario”, explica Del Pozo.

Pero su gran descubrimiento y referente fue Matt Bowtel, un ingeniero australiano que dedicó el dinero de su indemnización por despido y el tiempo libre que le quedó a crear prótesis. Fundó entonces Free 3D Hands, una ONG que las proporciona gratuitamente a los pacientes. Además, Bowtel ofrece todos sus diseños bajo código abierto para que estos puedan ser mejorados por otros usuarios.

Imprimir cada mano puede llevar unas 30 horas, pero si se poseen varias máquinas, como es el caso de Del Pozo, se puede reducir el tiempo a menos de la mitad. Luego, emplea unas tres o cuatro horas en ensamblar todas las piezas con tornillos y materiales más flexibles en cada articulación. La prótesis está diseñada para personas con un muñón a partir de la muñeca. Mediante una torsión de solo 18 grados del muñón, los dedos de la mano se cierran permitiendo agarrar cualquier objeto. El coste en material oscila entre los 10 y 15 euros.

“La mano no solo permite agarrar objetos, sino que es muy importante en el aspecto psicológico para el paciente”, asegura Del Pozo. Poco a poco fue compartiendo su nuevo hobby con amigos y familiares hasta que, hablando con su vieja amiga Gaudiosa Tukayisabe, una ruandesa residente en Madrid, surgió la idea de enviarlas a Ruanda. Tukayisabe se puso en contacto con algunos de sus paisanos y localizaron a personas a quienes les faltaban las manos, les tomaron medidas y se las enviaron a Del Pozo.

“Al principio las medidas eran un desastre, tomadas con un metro de albañil, por lo que decidí hacer dos o tres manos para cada persona por si no les estaban bien”, confiesa este altruista de Badajoz. El verano pasado, viajó con su amiga a Ruanda para entregar las prótesis junto a Alber, un ruandés que reside en Kigali, la capital del país, y que les apoya desde el terreno. A día de hoy, ocho personas usan ya sus nuevas prótesis y otras están a la espera de que las rehagan porque no les estaban bien.

Ver la sonrisa de Hussein cuando le dimos su mano tiene más sentido que acumular riqueza o fama

Desde Badajoz, su ciudad natal, Del Pozo enfrenta ahora la dificultad de hacerlas llegar otra vez a Ruanda. Por suerte, su pequeña red de cooperación se ha hecho más grande gracias a Celia Haro, una periodista pacense que viaja cada tres meses al país africano y que se ha ofrecido a llevarlas. De hecho, acaba de entregarle cuatro manos que llevará consigo en su vuelta a Ruanda.

Cada vez que tiene oportunidad remarca que todo fue una idea espontánea nacida de la necesidad de mantenerse ocupado durante el confinamiento y que no tiene pretensión de dedicarse a tiempo completo a este proyecto. El hecho es que ha ido sembrando una pequeña semilla en toda la gente que él mismo ha ido involucrando, sobre todo en Alber Bizimana.

Gracias a sus contactos, Bizimana consiguió que miembros del gobierno ruandés recibieran a Del Pozo durante su estancia en el país. En una demostración, en la que presentaron a un paciente con la prótesis, las autoridades quedaron impresionadas y aseguraron que no iban a dejar pasar la oportunidad de apoyarles. Bizimana les ha presentado a las autoridades locales un proyecto para adquirir allí las maquinas, fabricar las prótesis y tratar directamente con los pacientes.

“Estamos a la espera de que aprueben el proyecto y la idea es ir allí a formar a diez personas con conocimientos avanzados en informática y crear dos grupos fijos y autónomos para que aprendan y sigan mejorando las prótesis”, explica del Pozo.

Del Pozo asume que quizás su altruismo nazca desde el egoísmo de tenerlo todo. Sin embargo, reflexionando más pausadamente acerca de por qué dedica su tiempo libre a ayudar a los demás, reconoce que un punto de inflexión en su vida fue el estudio del budismo en el que la compasión hacia los demás es el pilar básico. “No soy nadie para decir a la gente lo que tiene que hacer, pero si me pidieran consejo, les diría que ver la sonrisa de Hussein cuando le dimos su mano tiene más sentido que acumular riqueza o fama. El quid de la cuestión es la compasión”, sentencia.